17 mayo 2010

Adiós, Arran...

Bueno, la estancia en esta isla se ha visto interrumpida por causas ajenas a mi voluntad, pero aunque no era mi intención marchar tan pronto, debo confesar que siento una profunda alegría por volver a mi tierra.

Lo siento por esta isla, por Escocia y por los escoceses, (aunque creo que no les importa mucho...) pero esta vez no lloraré al marchar...
He encontrado una isla preciosa, llena de parajes bellísimos, con una naturaleza abrumadora, pero humanamente desoladora. Arran es de todo menos acogedora.

Los escoceses son serios, incluso diría que son estirados. Los siento forzadamente formales. No son naturales, se comportan siempre con una corrección artificial, y si te sonríen es con una sonrisa falsa que sólo dura un segundo.

Incluso entre ellos se comportan así, dando lugar a extrañas formas de relación familiar. Los padres y los hijos se tratan como extraños, con un formalismo exagerado; y las parejas, jóvenes o viejas, son capaces (y es lo más usual) de pasar la cena entera sin dirigirse la palabra, sólo comiendo en silencio. Pocas veces o ninguna se les oye reír o mantener simplemente una conversación animada. Si varias parejas de amigos van a cenar juntas, sólo hablan de uno en uno, todo el rato están serios, hablando de cosas serias, y no dejan de decir "sorry" constantemente unos a otros, para pedirse el turno de palabra. ¡Ah, qué rollo...!

Es posible que la sala esté llena de comensales un viernes o un sábado por la noche, y oigas perfectamente el ruido de los tenedores y cuchillos chascando entre ellos. Todo es silencio. El que habla, lo hace en susurros... La mayoría come y calla...
Esta quietud sólo se rompe cuando algún individuo o mesa en particular se ha pasado con el vino (puesto que no saben beber), y entonces ya no pueden ni hablar, ni andar, ni regir. En España a lo mejor tuve suerte, pero nunca vi a un hombre maduro, de 50 ó 60 años siendo llevado por los camareros de un hotel hasta su habitación por el hecho de ir ebrio. Aquí lo he visto, más de una vez, en sólo tres meses.

Beben vino y no se levantan de la mesa hasta que no queda una gota en la botella. Nadie deja nada, ni los posos. A veces se sientan a la mesa parejas, hombres y mujeres que parecen venir directamente de la Cámara de los Lores, pijos y estirados, y salen del restaurante como auténticos pendajos borrachos, andando a trompicones y agarrándose a las paredes. No saben controlar, no saben cuándo parar. Y no se ven a sí mismos...

El alcohol es la perdición de esta gente. De 20, de 30, de 50años, da igual... he conocido a más alcohólicos aquí que en toda mi vida. El pub es el único entretenimiento cuando sales del trabajo. Si no van al pub, llegan a casa, se sientan en el sofá y se beben 10 cervezas.

Algunos de mis compañeros de trabajo dedican sus dos días libres semanales a estar borrachos. Dos días sin interrupción, día y noche, mañana y tarde. 48 horas de borrachera 'non-stop'. Y a poca gente le extraña.
A mí me espanta...

En fin, esta vez me ha dado por hablar de los problemas de alcohol de esta gente, cuando empecé por su falta de simpatía, pero es que es curioso que ni borrachos perdidos se vuelvan simpáticos y alegres. Les falta la alegría de vivir. Por eso me voy de esta isla muy contenta, porque no ha dado tiempo a que se me pegue esta tristeza (ni tampoco esta adicción...). Y me tomaré pronto una cañita bajo el sol... A la salud de aquellos que me regalaron una sonrisa de medio segundo con ojos malos. ¡Por ellos va: salud!